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El Proyecto Técnico y la justificación histórica de la obra ( y II)

El Proyecto Técnico y la justificación histórica de la obra ( y II)

A la vista de la redacción de este Proyecto Técnico, sobre los antecedentes históricos que justificarían la «recuperación del acceso» todo parece indicar que, en realidad, sólo se han tenido en cuenta los dos artículos mencionados, uno de los cuales hace referencia al otro para sostener la hipótesis de acceso histórico ya desde la época musulmana. De la lectura del texto no se desprende que se hayan tenido en consideración más argumentos que los parafraseados, sin ninguna otra consideración, y menos sin haber procedido a críticas externas e internas de los trabajos citados (algo fuera del alcance del firmante del Proyecto, que es arquitecto). A pesar de todo, no se duda en realizar afirmaciones tan rotundas y gratuitas como la de que todo está «perfectamente avalado» desde el punto de vista histórico.


La fragilidad del aparato histórico se hace evidente, por lo que la justificación histórica es muy endeble, casi nula. En la práctica el Proyecto se justifica históricamente sólo con un trabajo realizado en los años 1970 que no aporta pruebas científicas, documentales o arqueológicas sobre el terreno. En síntesis, el argumento central de la justificación histórica del Proyecto descansaría, tan sólo, en la hipótesis etimológica de la palabra «Buey», que significaría «portillo» en árabe.

Sorprende que para la justificación histórica de una obra de la envergadura que nos ocupa (una escalinata con un alto coste económico) no se hayan empleado, ni siquiera citado, los trabajos científicos más recientes y extensos sobre la cuestión.

Uno de ellos, publicado en el año 2006, es una auténtica referencia para todo lo concerniente al monumento. Se trata del capítulo monográfico titulado «El Castillo de Sax», incluido en el tomo tercero de la «Historia de Sax» editada por la Comparsa de Moros. Sus autores son dos arqueólogos de prestigio, Gabriel Segura y José Luis Simón (que, además, es o era a la sazón el Director Territorial de Arqueología, de la Consellería de Cultura). Ambos escriben un muy extenso trabajo que recoge todos los avances de la investigación documental y arqueológica de las últimas décadas, realizando una muy completa síntesis sobre las características y evolución arquitectónica del castillo desde su origen, hace mil años.

En general, en el análisis del monumento estos autores son concluyentes. Según manifiestan, desde el punto de vista histórico y arqueológico —es decir, científico— existen «muy pocos apoyos» para hacer un estudio riguroso de su evolución histórica. Y señalan que la investigación en los archivos ha proporcionado, hasta ahora, «mínimos resultados»; y que es necesario proseguir la investigación ante el «escaso conocimiento de los fondos documentales». Con esas premisas los autores analizan, como pueden, la evolución arquitectónica del monumento desde su nacimiento:

En resumen, según las pruebas del registro arqueológico, para lo autores el primer asentamiento musulmán en la zona del castillo, hace unos mil años, se orientaba a la ladera septentrional. Algún siglo más tarde, surgiría un nuevo asentamiento en la vertiente meridional (menos segura, pero más abrigada). Sobre los accesos del núcleo urbano (es decir, sobre el Sax actual) no realizan ninguna afirmación precisa, puesto que no hay datos concluyentes.

Sobre el acceso por el lado sur, cuando hablan del primitivo recinto musulmán citan algunos peldaños tallados, próximos a una poza natural, fruto de la erosión y que serviría al hábitat del castillo. Dicen que «por allí podría descenderse hasta la villa vieja», remarcando el verbo condicional propio de una hipótesis no verificada. Es decir, no hablan de forma precisa de un camino de acceso al castillo que fuera importante, regular o habitual, porque no pueden hacerlo.

A lo largo de su muy extenso y documentado trabajo, sobre el contacto directo del castillo con el pueblo por la ladera sur, los autores sólo se refieren explícitamente a la tardía época bajo medieval —el siglo XV—. Para ese momento hablan de los tramos de senda labrada en la roca que citaba Francisco Ochoa en su hipótesis de la cueva del Buey, pero siguen manteniendo siempre el verbo condicional ante la imposibilidad de aseveraciones precisas, ya que continúan sin poder asegurar nada. Por si fuera poco, cuando se refieren a esta posibilidad de acceso especifican que «podría tratarse de una poterna o puerta secundaria que permitiría el contacto directo de la fortaleza con la parte alta de la villa, en concreto con la actual Ermita de San Blas» (Pág. 322) que se situaría en la zona de una rotura del lienzo o muralla del castillo, más al este de las antiguas tres almenas próximas a la torre no reconstruida —la de «la Virgen»—.

Todo son conjeturas. Sin embargo, es importante precisar que con relación a lo que Francisco Ochoa Barceló tomaba como «portillo» los autores desmienten el origen musulmán o medieval y lanzan, a su vez, otra hipótesis señalando, literalmente:


[Existe la] «posibilidad de que sea posterior a los momentos medievales con el fin de facilitar el acceso desde la villa en los siglos XVI y XVII [es decir, fuera ya de la época medieval, cuando el uso del castillo nada tenía que ver con el de su origen y, por supuesto, cientos de años después de la desaparición del Sax musulmán]».

Como se ve, para la ciencia histórica y sus disciplinas afines no hay nada claro sobre el acceso meridional. Es cierto que hay restos de sendas; vestigios materiales; algún indicio... Pero no existe un acuerdo claro sobre su uso; y menos aún sobre la época en que pudo darse.

RESUMEN FINAL:

En todo caso, no se puede obviar que la extrema escasez de datos documentales y arqueológicos imposibilitan las afirmaciones rotundas que aparecen en el Proyecto y que pretenden avalar un origen histórico indubitado para una obra de «recuperación».


De la lectura del texto del Proyecto, lo que si se desprende con notoria rotundidad es la debilidad de su justificación histórica. Es también palpable la gratuidad de muchas aseveraciones que pretenden transmitir la sensación de que «está todo documentado», cuando no se aporta prueba alguna de ello. Y, por supuesto, es innegable la extrema parquedad de las fuentes empleadas: tan sólo se citan dos artículos, uno de ellos de carácter divulgativo sin valor científico; y el otro, convertido en fuente única que sostiene toda la justificación documental es un artículo publicado en los años 1960, cuya tesis etimológica ha sido refutada por trabajos científicos mucho más recientes.



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